Barraca, la legendaria Barraca de Les Palmeretes, la reina de la «ruta destroy» y pionera de la vanguardia musical, comenzó como discoteca con bola de espejitos, música lenta y flamenco. Eso era en mitad de los sesenta cuando un belga llamado Alberto aterrizó por aquel paraje virgen e idílico, cercano a la playa y rodeado de campos de arroz y se le ocurrió la idea de reformar una aislada barraca valenciana en un típico «night club» para el público de los pueblos cercanos y las primeras «guiris» de la desconocida Europa del Norte.
Pasaría mucho tiempo antes de que dos adinerados agricultores y vecinos de Sueca, Constancio Cotanda y Salvador Olmos, se la compraran a su propietario y comenzaran una transformación que la iría conduciendo hasta su reinado.
Uno de sus primeros disc jockeys fue Juan Santamaría, de repetidas apariciones en estas crónicas porque se recorrió buena parte de los locales de moda valencianos. Con él Barraca comenzó a dar un tímido giro hacia el estrellato, aunque aun pasaría tiempo antes de que Carlos Simó, un estudiante de arquitectura, batería de grupos como Paranoia Dea, Anaconda o Salamandra y camarero del club junto a su novia Pilar Lleonart, tuviera que hacerse cargo de la cabina en 1977 para sustituir a su último ocupante. Tampoco podemos olvidar a Blady, un personaje singular que como alma mater y relaciones públicas influyó de forma decisiva en aquel proceso inédito, transgresor y atrevido.
Con Simó, que el pasado sábado volvió a pinchar en la legendaria Barraca en uno de esos «revival» que se suceden a menudo para rendir tributo nostálgico a los locales de nuestra vida, se inició el verdadero cambio. Fue eliminando la música lenta y el flamenco y comenzó poco a poco a sustituir a Gloria Gaynor y Donna Sumer por los Sex Pistols, Happy Mondays y toda la música alternativa importada directamente de Londres.
Esa osadía fue determinante. Barraca, ya metidos en los ochenta, comienza a ser frecuentada por gente estrambótica y diferente, gente que huía de la normalidad estética y de costumbres imperantes, que se encuentran en su salsa. Aparecen los primeros «drag queens» , se programan conciertos de grupos como New Model Army, Tino Casal, Killing Joke o Comité Cisne. Se suceden las «perfomances» que dan colorido, espectáculo y ambiente de modernidad y aparece en escena Jorge Albi y su programa de Radio Color «La Conjura de las Danzas» que lidera la programación de música alternativa en Valencia.
Se acabó aquello de que las sesiones las cerrara la pareja de la Guardia Civil con capa y tricornio mientras sonaba el My Way de Nina Simone como sintonía de cierre.
Movimientos musicales como la «new wave» o los «new romantics» se hacen fuertes en Barraca, en donde, junto a los más modernos del entorno. es fácil encontrarse a Francis Montesinos, a los componentes de La Dama se Esconde, Radio Futura, a Loquillo o a cualquier personaje de la «Movida» que por entonces, mitad de los ochenta, se encuentra en la cresta de la ola.
Con el éxito de Barraca van naciendo, Chocolate, Espiral, Isla, ACTV y toda una serie de discotecas que rompen moldes e implantan una nueva forma de vivir la noche para aquellos que ya se han decidido por una nueva forma de vivir. En 1987, Carlos Simó deja Barraca y se instala muy cerca, en la discoteca Bunker que reforma y convierte en Puzle, otro de los referentes discotequeros más influyentes del momento.
Pronto aparece en escena una denominación que acabará hundiendo el negocio, la de la Ruta del Bakalao que atrae las miradas de la sociedad, los medios de comunicación y las autoridades por su connotación con las drogas, el libertinaje extremo y toda una serie de peligros y actitudes peligrosas que dan una fama más allá de nuestros límites locales que no gusta nada a casi nadie.
Barraca, pese a la decadencia, sobrevivió y sobrevive aún, cuarenta y cinco años después de su inauguración y tras varias remodelaciones, casi siempre para ampliarla debido al éxito cosechado a lo largo de tantos años.
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